lunes, 5 de enero de 2015

UNA EXTRAÑA AVENTURA



UNA EXTRAÑA AVENTURA

Acabo de despertarme de una magnífica siesta en la cual  repuesto  mis fuerzas. Busco de inmediato mi frasco de agua de colonia floral, por supuesto, ya que odio toda aroma de lavanda, demasiado dulce y penetrante. Sí: cualquier perfume siempre que no sea flora.
Tengo una especie de manía desde hace algunos años; me siento olor a moho. Soy vieja, aunque no tanto; otras están más arrugadas y avejentadas que yo, pero en especial en mí siento este olor a moho. Es posible que si en vez de agua de colonia me pusiese polvo de naftalina o un huevo de alcanfor, esa sensación desapareciera, aunque es prácticamente imposible ya que asfixiaría a los demás; en cambio así, no olor sólo  me moleste a mí.
Se preguntarán porqué toda esta perorata sobre el agua de colonia. Lo que pasa es que tengo mucho tiempos por delante –muchas horas quiero decir- y tengo que reflexionar en alta voz, pues nadie de la familia me lleva el apunte. ¡Imagínense! Cómo se van a ocupar de una vieja de siete veces diez años “a punto de crepar”, como dijeron mis nietos el otro día. Está bien. Tenéis razón, pero esta vez gano yo. Me muero, pero de vieja; de corazón, arterias y órganos gastados; de intestinos deteriorados, de arteriosclerosis, de cerebro mal irrigado y que sé yo cuántas ñañas más. Pero no me muero de ninguna enfermedad de moda – ¡a mucha honra!-
El cáncer no me afectó; ningún rechazo de órganos artificiales que duran, a veces, con suerte, unos meses y después, puff, lo mismo; la muerte con más llantos y gritos todavía, porque los familiares ya lloraron cuando lo operaron, cuando resultó favorable la operación, cuando salió del hospital, después de largos meses de internación; cuando jugó al tenis la primera vez, después del injerto, cuando besó a su mujer, cuando comió pavo y cuando vio a su nietecito recién nacido. Se preocuparon la primera, segunda, tercera, cuarta, quinta, sexta, séptima recaída y nuevamente lágrimas cuando –por fin!- murió.
Nada de eso para mí; no, señores. Yo muero de muerte natural. Lo tuve a vuestro padre de parte natural, vino al mundo naturalmente y me muero con naturalidad.

Ajá, me olvidaba de contaros a qué viene todo esto. Tuve una maravillosa aventura, hace unos pocos días.
   Después de haber dormido varias horas seguidas, me desperté con la extraña sensación de que algo había cambiado en mi cuarto. Como si me hubiesen trasladado a otro lugar más confortable. Fíjense que la cama no tenía patas; se sostenía en el aire, como un globo de gas, sin ningún esfuerzo. No tenía  mesa de luz; simplemente cuando deseaba algo, la cosa bajaba del techo, como movida por un resorte del cual colgaba. Tanto fuera un libro como un remedio o mi frasco de agua de colonia. Si estaba leyendo, al finaliza la última línea, la página se daba vuelta por sí sola, antes de mover yo misma la mano.
Cuando empezaba a tener una leve aprensión por tanto modernismo, ciertas maquinarias de formas ovaladas se acercaron a mí. Intenté hablar y vi que mis palabras no se oían en el espacio. Daba la sensación de que dentro de mi garganta hubieran colocado una sordina que me impedía salir la voz.  Comencé a gritar y sucedió lo mismo: ni yo me oía tan siquiera.
Los seres ovalados y metálicos se aproximaron a mí y en vez de hablar se levantaba una visera al nivel de su mirada y extraños signos se formaban en una especie de pantalla de un blanco radiante.
Quise mover las manos pero éstas no respondían a mi deseo igual que el resto de mi cuerpo. Sólo cuando pensaba en algo, se me ofrecía sin hacer yo el más mínimo movimiento.
Las máquina ( o como se llamen estas cosas extrañas) comenzaron a utilizar un especie de bisturí con el cual abrieron mis cuerpo desde la garganta hasta el ombligo. Desesperada miré mi pecho abierto y –horror!- no salía sangre ni sentía dolor alguno.  Miré como movieron los músculos y las costillas hasta llegar con sus manos tenazas a mi corazón. Lo rasparon con una punta afilada y cortante y con una aguja de punta fina me introdujeron  una descarga eléctrica.

Después de unos minutos que me resultaron eternos, volví a ver las pantallas blanquecinas repletas de signos misteriosos. Al bajar la visera, la luz se apagaba y el otro abrí la suya para devolver los jeroglíficos: pensé: lo necesitaría a Champollion para ayudarme a descifrar estos signos.
Al instante apareció un hombrecito peculiar, mitad ser humano y mitad maquinaria que, sonriendo, abrió su visera y esta vez con palabras conocidas, porque hablaba en mi idioma, me explicó que ellos habían descubierto un método para transformarnos en inmortales y creían estar capacitados para efectuarlo en un ser humano. Pensé; por qué yo, pobre vieja indefensa? Me respondió, sin que yo hubiera abierto la boca, que yo
Era el ejemplar que “ellos” necesitaban, pues estaba a punto de morir y podían probar así los efectos.
_ Ahora, me dijo, repose, que nada le pasará.
Y así fue. Una leve fatiga se apoderó paulatinamente de mí. Me fui adormeciendo al compás de signos con tonos musicales que eran horrorosos, como si raspasen el pizarrón con una tiza  o la garra de un gato arañase un cristal o sonasen miles de bocinas ensordecedoras en un cruce de avenida, cerrada por reparación.
En fin, dormí, y lo que me pareció mucho tiempo, casi diría días, me desperté en mi auténtica cama con una sensación maravillosa.
Vi que muchos de mis familiares, ya que amigas no tengo –todas murieron, pobrecitas- estaban llorando.
Por Dios! Exclamé; esto parece un trasplante.
Un familiar rió y respondió; un trasplante no; un milagro.
Los doctores se han puesto de acuerdo en jugarme una mala pasada. Dicen que no voy a morir, que un milagro se ha operado y que, a pesar de mi aspecto viejo y deteriorado, casi la mayoría de mis órganos y células están cambiadas por otras de gente adolescente
Están locos. Que digan lo que quieran. Yo voy a morir y de muerte natural. A pesar de que el fin se acerca, me siento mejor, pero ellos, -los médicos, quiero decir- que piensen lo que quieran.
Yo me voy a morir y muy pronto para dejarlos con la boca abierta… salvo, ¡Oh Dios!, salvo… que todo haya sido realidad.




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