A veces, de pura pena no más, de lástima,
quisiera abrazarme y encerrarme en mis brazos para no ver más el hollín y el
desorden que me rodea. Y me propongo con firmeza no volver a empezar, dejar que
mi casa tome poquito a poco esa patina de vida que le da unas paredes manchadas
de dedos y unos muebles brillante por el manoseo de nuestros hijos. Y no puedo;
siento algo más fuerte que me impulsa a limpiar con frenesí lo que sé
absolutamente que volverá a estar igual veinticuatro horas después. Miro con
deleite los hogares de mis amigas, criticándolas en mi interior, comparándolo
con el mío y al llegar siento que un vaho de polvo me impide respirar. Es como
si no pudiera estarme quieta y donde van mis niños ensuciando, voy detrás como
una tortuga, limpiando y ordenando sin cesar hasta el más mínimo papelito
recortado o hilacha esparcida por doquier. La gente no comprende mi excesiva
manía del orden. Hablan del encanto de una casa con niños que dan vida y color.
Yo deseo un orden estático en las cosas. Sé positivamente que si viviera sola
jamás desordenaría con tal de no tener que arreglar nuevamente. Pero el orden
de no desordenar nada a fin de mantener siempre el orden es un defecto que me
está impidiendo vivir con plenitud. Gozo al tener una mucama limpiando a fondo
todos los días los placares, estantes, paredes, azulejos y cajones. Suelo poner
todo a limpiar por las dudas si está sucio. Después contemplo la casa y mi
vista se extasía frente a esta fotografía inmaculada de mi hogar recién
encerado. Y no lo quiero pisar ni deseo que arrastren juguetes y me molesta
poner la mesa y comer en platos recién limpios y guardados. Cuando traigo
sándwiches y ese día le hacemos la pera a la cocina, comiendo sobre el papel
blanco de la confitería, me solazo mirando al bies mi piso brillante, que no
ensuciaremos ni siquiera con las migas del pan. Una mucama fija no es
suficiente, necesitaría dos para la limpieza profunda, por horas, para que
rinda más y la fija para el simple repaso. Así, mirándolas de continuo y haciéndome
la que escribo o leo cosas importantes, las observaría furtivamente
criticándoles los zócalos, los rinconcitos sin dejas escapar el más mínimo
detalle de esta limpieza que tan a lo bobo, me consume con lentitud. A veces,
de pura tristeza, me encerraría en mis brazos para no sentir lo inútil de mi
orden continuamente ordenado, de mis existencia tan vacua, tan encerada.
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